Mi cámara, que para el tiempo
Hace poco más de un año que me inicié en el mundo de la fotografía de la mano de mi cámara de bolsillo de cincuenta y seis megapíxeles, un zoom de veinte-equis y una digital lens de tres con veinticinco milímetros.
«¡Es bárbara!», pensaba, pues mis capturas eran de escándalo, al menos desde mi ingenuo punto de vista… hasta que mi padre me presentó a su cámara. Lo primero que me llamó la atención fue al leer la etiqueta que llevan todas las cámaras, pues no indicaba “Made in China”, como sí advierte la mía. Aquello era sugerente, como comprobar que ofrecía muchos más megapíxeles, mayor capacidad de zoom y, de paso, un tamaño manejable.
Aquella cámara me abrió un nuevo universo para explorar, así que le tiraba fotos a todo, y a veces hasta me salían bien. Fui capaz de encontrar elementos curiosos y capturarlos, como, por ejemplo, una casa que en su mitad estaba cubierta por enredaderas y la otra mitad presentaba sus muros desnudos de vegetación. También hice trampas, lo reconozco: una instantánea a la que tengo mucho aprecio muestra una flor que crece, solitaria, entre las piedras de una pared, pero como el lector se estará imaginando, busqué una planta y la coloque con las manos en una grieta de aquella pared.
Uno de mis propósitos era el sueño de cualquier fotógrafo de mi edad: retratar los rincones de una casa abandonada de tres pisos y con una fachada amplísima. Había discutido con mis hermanos acerca de lo que aquel edificio debía de haber sido en otro tiempo. Yo apostaba por que fue un hospital.
Una vez dentro, descubrí que cada pasillo, cada escalón, cada recoveco… emanan un aire misterioso empapado de nostalgia. Por el suelo hay hojas viejas de periódicos y excrementos de paloma, y en el corazón del edificio hay una capilla medio derruida. En unos momentos del día, un haz de luz se cuela por una abertura que hay en el tejado, y apunta directamente al lugar donde estuvo antaño el sagrario.
La fotografía es mucho más que hacer simples capturas con una cámara; es una manera de detener el tiempo, de eternizar los momentos que se nos escapan de las manos, uno detrás de otro, sin despedirse siquiera. Mi cámara, sea la grande o sea la “Made in China” los detiene, y tras un intenso forcejeo con el enfoque, las luces y las sombras, consigue apresarlos. Yo los archivo, para volver a ellos cuando me plazca vivirlos de nuevo.
En cuanto la vida me da un respiro, analizo las imágenes y advierto pormenores que no se aprecian a simple vista, y que me permiten penetrar en las capas más profundas que aparecen en cada encuadre. Y es que la fotografía consigue para el tiempo.
Mateo Abellanas, ganador de la XX edición de www.excelencialiteraria.com
