¡No son simples mensajes! El poder de las palabras en la rutina escolar
Las palabras, letras unidas cargadas de un significado que puede cambiar por completo todo: hacer que nos salga una sonrisa en un día que empezó torcido… o conectarnos con sentimientos de tristeza.
Pero hoy… pensamos en positivo. Y es que, ¿a qué maestro no le gusta recibir un mensaje sorpresa de sus alumnos?
Este curso he recibido mensajes de mis alumnos de la Escuela Betania-Patmos y aquí recojo unos cuantos:
El poder de la gratitud
Nada más volver de las vacaciones de Semana Santa, una niña se acercó a mí y me entregó una hoja doblada en la que ponía: “Me encanta, gracias”. Dentro, había un “Te quiero” con un dibujo.
El “me encanta” hacía referencia a una pegatina que les regalé el último día de clase. Lo guardé en mi bolsa y en ese momento no lo abrí. Enseguida me preguntó por qué, así que lo saqué y lo abrí, y, cuando dije “¡me chifla!”, su rostro se iluminó.
“Lo siento” parece ser la palabra más difícil
En una clase de inglés, un alumno interrumpió un cuento dramatizado varias veces. Tras varias llamadas de atención y tras cambiarle de sitio, le llevé al aula más próxima con otros niños y otra maestra. Una vez acabado el cuento, volvió a clase, reflexionamos, y finalmente se disculpó ante la clase.
En la siguiente sesión, cuando entré en el aula, se me acercó y me preguntó si me gustaban las sorpresas. Entonces, me dio una hoja en la que ponía: “I’m sorry, Ana. I will behave”.
El mensaje tenía un valor añadido: por un lado, el niño lo había contado en casa con ayuda del tutor; por otro lado, estaba agradecida por el respaldo de los padres. Habían reflexionado con su hijo y habían dedicado un tiempo para ayudarle a escribir un mensaje de disculpa.
“Me acuerdo de ti”
En este caso, tengo varios recuerdos:
- Una primavera, una niña me regaló una flor al volver del recreo. Mi respuesta fue: “¡me encantan las flores!”.
- En los cumpleaños, mis alumnos se acercan a darme chuches que han traído para compartir con sus compañeros.
- Un alumno de cuarto de Primaria, al que di clase en primero y segundo, me preguntó si le daría clase en quinto, porque tenía buenos recuerdos de las clases de inglés conmigo. ¡Qué subidón!
- Algunos estudiantes me dejan regalos en la mesa y me miran de reojo para ver mi reacción.
- Cuando me preguntan si les he echado de menos “un poquito”, su reacción cuando les contesto “un muchito”… ¡es brutal!
“Quiero contarte algo”
Un día, mientras cubría una zona del recreo de la mañana, una alumna a la que había dado clase en primero de Primaria se me quedó mirando fijamente a los ojos, con dulzura. Al rato me confesó que le estaba dando clases a su hermana y que eso le hacía ilusión. ¡Había trabajado con dos mellizas!
“Abrázame”
Un día, un grupo de alumnos al que había dado clase el curso anterior vino a abrazarme. Un niño quiso acercarse, pero, al ver que me retiraba, se contuvo. Al verlo, abrí los brazos para indicarle que quería abrazarle.
“Te veo y me doy cuenta”
Cuando los alumnos me preguntan si estoy llorando cuando me emociono, se fijan en que me he cortado el pelo, me indican que me echaban de menos, se fijan en que no tengo voz o me preguntan si he entendido la broma…
“No me interesa, quiero irme”
Tenemos alumnos con problemas familiares y personales que afectan a su conducta. Sobre todo en el aula de inglés, ya que esta lengua les supone un sobre esfuerzo y no tienen todavía las herramientas ni los recursos para gestionar la frustración que les ocasiona el no entender lo que están haciendo.
Lanzan mensajes verbales y corporales manifestando que no les interesa. A veces los puedes captar y redirigir, pero, otras veces, no. Ahí es cuando el apoyo de los compañeros, tutores y dirección resultan vitales para salir emocionalmente ilesos.
“¡Nos acordamos de ti!”
El pasado curso, le propuse a la coordinadora de Primaria despedirme de forma especial de mis alumnos de sexto, a los que había impartido por primera vez Castellano durante los dos últimos años, que ahora cursaban 1º y 2º de E.S.O. También hablé con el coordinador de Secundaria, y entre todos organizamos, a final de curso, una pequeña despedida en un momento del patio.
Los días previos al encuentro, cuando me los encontraba por distintos espacios de la escuela, me transmitían su cariño. “Ana, nos han dicho que te jubilas este curso”, me dijo uno. “Allá estaremos, Ana. No faltaremos”, dijeron otros. “No nos olvidaremos”, añadieron otros tantos.
Llegado el día, la respuesta de los niños superó mis expectativas: pensé que, en el mejor de los casos, podían aparecer unos 50 alumnos, pero acudieron más. Y no solo alumnos de mis clases de castellano, sino también niños y niñas a los que les había dado clases de inglés en otros cursos de Primaria.
Al verles, con una mezcla de emoción y nervios, les intenté transmitir el lugar especial que ocupaban para mí, al haberme ayudado a crecer, aprender y disfrutar de cada clase, historia y palabra compartida. Les recordé cómo, en dos años, habíamos recorrido un camino especial juntos, aprendiendo sobre poesía, ortografía, lectura y redacciones, pero también, y más importante, a escucharnos, expresarnos, respetarnos y compartir nuestras ideas con respecto y creatividad.
Para mí, sin duda, lo mejor de todo fue que habíamos compartido un pedazo del camino… juntos. Y les expresé el enorme orgullo de haber formado parte de su historia.
¡Las palabras pueden ser poderosas!
Todos los mensajes que nos trasladan nuestros alumnos esconden un: “¡Mírame, estoy aquí!”.
Ninguno es fruto del azar: son regalos, en forma de palabras, que recibimos en función de la relación que mantenemos con ellos.
Las pequeñas alegrías existen todos los días, ¡abramos los ojos para percibirlas!
Cuidemos nuestras palabras… ¡y nuestras reacciones! Nos observan minuciosamente y nuestras respuestas pueden fortalecer vínculos o marcar distancias.
