La lógica del burro
El ejecutivo de Sánchez, y Dios sabe las razones profundas que le mueven a ello, está tensando la opinión pública hasta unos extremos que podríamos definir como perversos y cicateros, en una muestra más del levantamiento de muros entre los españoles. Curiosamente, repite que, los que piensan como él, están en el “lado correcto de la historia”, negando la sola posibilidad de la discrepancia, algo necesario e imprescindible en una sociedad democrática, como la misma manifestación del pensamiento independiente. Todo se reduce a quebrantar el principio de la libertad de expresión y someter al disidente.
La consecuente estrategia para ahogar la disidencia se conduce por dos vías, ambas magníficamente descritas por Schopenhauer y el pensador judío Leo Strauss, formado en la Escuela de Marburgo. El primero de ellos, en El arte de tener razón (1864), lista una larga serie de herramientas dialécticas para imponerse en el intercambio de ideas y argumentos, siendo la numerada como la “estratagema 19” la que nos interesa. Según el tenor del sabio alemán: “si nos damos cuenta de que el adversario ha iniciado una argumentación con la que va a derrotarnos…, hay que interrumpir el debate, desviarlo o cambiar de tema”. Dicho a la española, conforme al criterio de Santiago Rusiñol, “cuando un hombre tiene razón no grita; cuando no la tiene, grita para hacer creer que la tiene” (Máximas y malos pensamientos, 1927). Sólo hay que escuchar a los voceros del gobierno y leer los medios afines para confirmar esta primera vía de sometimiento de la disidencia.
Por su parte, Strauss iluminó la cuestión de fondo con la denominada “lógica equina” (aparecida en “Persecución y arte de escribir”, dentro del volumen de ensayos editados con idéntico título en 1952), aunque prefiero sustituirla por la castiza “lógica del burro”, particular artefacto dialéctico que hace pasar la persecución del pensamiento independiente como lo más normal del mundo al impedir exponer en público “lo que no es”, puesto que la contradicción del discurso oficial poco menos que le sitúa a uno en la marginalidad intelectual. Baste advertir que el pensador de origen alemán conocía de primerísima mano el asunto que trataba, ya que, como tantos otros académicos de la época, llegó a Estados Unidos huyendo de la barbarie del Tercer Reich.
Así, pues, son estos dos los senderos por los que ha transitado el gobierno de España y las fuerzas políticas que lo sustentan en su afán por controlar la opinión pública con respecto al conflicto árabe-israelí. Como es evidente, cada uno aceptará en conciencia lo que pretende Sánchez en relación a Gaza, Netanyahu y la existencia de un supuesto genocidio en aquellas tierras, pero lo que resulta inadmisible es la aviesa intención de aleccionar a los menores en el interior de las escuelas y los institutos. Y por una sencilla razón: los centros escolares no deberían constituirse en campos de adoctrinamiento al servicio del poder.
El creerse superior en argumento, el disponer que tus ideas no deban ser cuestionadas bajo ningún concepto, de alguna manera, anticipa el acicate ideológico. Todavía más, el paternalismo que impregna el discurso oficial es primo hermano del adoctrinamiento, puesto que, sin él, sin su directa implicación, no podríamos hablar con rigor de la mera posibilidad de adoctrinar. Hay que dejar que el pensamiento fluya y se exprese en completa libertad, y esto quiere decir que lo haga en todas las direcciones, precisamente, para que no sucumba ante el pensamiento único. El socialismo insiste en que esto no sea así, en que nuestros menores reciban el maná ideológico en el espacio educativo.
Y yo digo no, como otros muchísimos docentes de España, que asistimos estupefactos a la deriva totalitaria de un gobierno corrupto inmerso en una alocada vorágine por perseguir las libertades públicas y dar caza al disidente. Que los gritos de los violentos no apaguen la inteligencia de nuestros jóvenes. Que la falta de ideas y argumentos entre los que nos gobiernan no aplaque el deseo de razonar de manera distinta al orden establecido. En definitiva, que la lógica del burro no se imponga en la educación española.
