Tejiendo lazos: la escuela donde mayores y alumnos aprenden juntos

En Moratalla, un pequeño colegio ha dado un paso gigante hacia una educación más humana. Su aula intergeneracional acoge cada semana a más de 200 alumnos y a un grupo de mayores del pueblo en un proyecto que une generaciones, transforma la convivencia y devuelve al aprendizaje su sentido más profundo: construir comunidad.
Rubén Juan SernaMartes, 9 de September de 2025
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Cada martes, las aulas del Colegio Jesucristo Aparecido de Moratalla se transforman. Los pupitres se mueven, las rutinas escolares se interrumpen, y en su lugar se abren espacios donde el tiempo parece tener otro ritmo. Un anciano comparte su infancia en la posguerra con un grupo de estudiantes de la ESO. Una niña de Primaria le enseña a usar WhatsApp a una mujer que nunca había tocado un móvil táctil. En la huerta escolar, manos jóvenes y arrugadas cavan juntas la tierra, como si no existiera distancia alguna entre ellas.

Ese es el corazón de “Tejiendo lazos”, un proyecto intergeneracional impulsado por la Consejería de Educación y Formación Profesional que ha echado raíces con fuerza en este centro rural del noroeste murciano. Su esencia: construir un aula estable donde convivan, compartan y aprendan juntos alumnos y personas mayores de la comunidad.

Desde Infantil hasta 4º de ESO, más de 200 alumnos participan en esta experiencia que va mucho más allá de un programa educativo. Aquí, el aprendizaje se vive desde el encuentro, la escucha y el afecto.

Cuando la escuela se abre a su pueblo

El germen del proyecto, como explica Pepita del Toro, directora del centro, nace de una realidad muy concreta:

“Muchas personas mayores de Moratalla vivían en soledad, con pocas oportunidades de sentirse útiles o escuchadas. Y, al mismo tiempo, nuestros alumnos necesitaban vivencias reales que les ayudaran a desarrollar empatía, respeto, solidaridad. Fue entonces cuando decidimos que la escuela debía abrirse a su comunidad y construir un espacio compartido.”

Ese espacio hoy tiene nombre, horario fijo y un lugar propio dentro del centro: un aula intergeneracional estable que acoge semanalmente talleres, encuentros, juegos, actividades de memoria, tecnología, jardinería, arte o lectura. Un rincón de convivencia donde se entrelazan biografías, generaciones y saberes.

Pero, más allá de la logística, el proyecto responde a una necesidad profunda: reconectar la escuela con su entorno, y reconectar a las personas entre sí. Porque si algo ha demostrado “Tejiendo lazos” es que el aprendizaje no tiene edad, pero sí necesita emoción.

Aprendizaje con sentido: enseñar, escuchar, acompañar

Lejos de ser una actividad extraescolar, el proyecto está plenamente integrado en la vida pedagógica del centro. Se apoya en la metodología del Aprendizaje-Servicio (ApS), que permite que los alumnos desarrollen competencias curriculares mientras prestan un servicio real a su comunidad.

Los propios estudiantes son protagonistas activos del proceso: organizan actividades, diseñan talleres, preparan materiales, acompañan a los mayores, les enseñan a usar tecnología o los entrevistan para recuperar historias locales.

“Los alumnos no solo participan: lideran. Y eso les cambia. Les da responsabilidad, compromiso, ganas de hacer las cosas bien”, señala Pepita.

El proyecto se articula de forma transversal en el currículo: desde la redacción de crónicas en Lengua al cultivo del huerto en Ciencias de la Naturaleza, pasando por talleres creativos en Educación Artística o debates intergeneracionales en Valores Cívicos. Cada sesión no solo suma conocimientos: construye vínculos.

Además, la interacción con los mayores ha permitido trabajar competencias emocionales de manera real: la escucha activa, la empatía, el respeto a la diferencia, la paciencia o la tolerancia. Para muchos alumnos, estos encuentros suponen una experiencia transformadora que deja huella más allá del aula.

La mirada que cambia

Uno de los aspectos más valiosos del proyecto ha sido el cambio de mirada de los propios alumnos hacia los mayores. “Antes los veían como personas lejanas, ajenas. Ahora los tratan como aliados, como sabios, como parte de su mundo”, cuenta la directora. Ese cambio de percepción es fundamental en una sociedad que muchas veces margina o infantiliza a las personas mayores.

Por su parte, los mayores también se han transformado. Han recuperado autoestima, motivación, ganas de participar. Muchos de ellos llevaban años sin pisar una escuela, sin sentirse escuchados, sin encontrar un lugar donde aportar. Ahora no solo acuden al aula intergeneracional con regularidad, sino que se organizan por su cuenta para preparar materiales, proponer ideas o crear redes de apoyo mutuo. Han recuperado un espacio de pertenencia.

Y entre ellos y los alumnos ha nacido un lenguaje compartido hecho de gestos, de confidencias, de silencios cómplices y aprendizajes cruzados.

Familias implicadas, comunidad en movimiento

Otro de los pilares del proyecto ha sido la implicación de las familias. Desde el inicio, no solo respaldaron con entusiasmo la participación de sus hijos, sino que actuaron como verdaderos conectores con los mayores del pueblo. Fueron muchos los abuelos que se animaron a participar gracias a ese impulso familiar.

Además, con la colaboración de la televisión local y el centro de salud, el proyecto ha conseguido visibilidad y arraigo en la comunidad. No se trata de una iniciativa escolar al margen del pueblo, sino de un esfuerzo colectivo que involucra a toda Moratalla.

Ese efecto multiplicador ha sido clave. Y el aula intergeneracional ha dejado de ser una idea para convertirse en una red viva de afectos, saberes y compromiso comunitario.

Aprender con poco… y lograr mucho

Uno de los mayores desafíos fue, paradójicamente, el económico. El proyecto contó con una financiación de apenas 500 euros, procedente de la convocatoria de Proyectos de Innovación del CPR. “Era insuficiente para todo lo que queríamos hacer”, admite Pepita. Pero lejos de rendirse, el equipo docente tiró de ingenio: reutilizaron materiales, compartieron recursos, buscaron apoyos y, sobre todo, pusieron mucho corazón.

“Con poco dinero, pero con muchas ganas, hemos conseguido mucho. Porque cuando hay compromiso, la educación se vuelve creativa”, afirma la directora. El papel del claustro ha sido determinante: todos los docentes han colaborado, muchas veces fuera de su horario, con una entrega que ha sido también ejemplo para los alumnos.

¿Y el resultado?

El impacto ha sido tangible. En lo académico, los alumnos mejoran su expresión oral, su redacción, su iniciativa, su capacidad para trabajar en equipo. En lo emocional, han ganado en madurez, en sensibilidad y en conciencia social. En lo relacional, el clima escolar ha mejorado notablemente: más respeto, más colaboración, más armonía.

“Ahora es habitual ver a un alumno que antes se distraía ayudando a un mayor a encender una tablet. O a un grupo de niños que se organizan solos para preparar el taller del martes”, relata Pepita. “Se ha generado una cultura de cuidado que no existía antes. Y eso se nota”.

Un modelo que se extiende

Inspirado por el éxito de Moratalla, el proyecto intergeneracional ha empezado a extenderse a otros centros de la Región de Murcia. En el IES Vicente Medina de Archena, los alumnos hacen deporte con mayores del Centro de Día de Ulea. En el IES Ramón y Cajal de Murcia, el proyecto “Voces y ecos” ha generado una red de actividades compartidas: debates, lecturas, teatro, podcasts.

Cada centro lo adapta a su contexto, pero el espíritu es el mismo: rescatar el valor de la experiencia, humanizar el aprendizaje, devolver a los mayores su papel activo en la sociedad.

Soñar en común

El equipo docente de Moratalla lo tiene claro. Quieren consolidar el aula intergeneracional como una estructura permanente del centro, seguir ampliando el número de actividades y convertirse en referente para otros colegios rurales que, como ellos, creen que otra escuela es posible.

“El mayor aprendizaje para nosotros como docentes ha sido entender que educar no es solo enseñar contenidos, sino tejer relaciones significativas. Crear comunidad. Y eso empieza por mirar al otro, escuchar y construir juntos”, concluye Pepita.

En un momento en que la educación se enfrenta a tantos desafíos —tecnológicos, sociales, emocionales— proyectos como “Tejiendo lazos” nos recuerdan que, a veces, la innovación más transformadora no está en lo nuevo, sino en recuperar lo esencial: las personas, el tiempo compartido, el valor de sentirse parte de algo.

Actualmente han solicitado este programa a la Consejería de Educación 15 centros y 57 están en lista de espera.

Sección patrocinada por la Consejería de Educación, Formación y Empleo de la Región de Murcia

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