Cuando la verdad se hace premio
Nació en Caracas hace casi seis décadas, en una familia caracterizada por un gran sentido de pertenencia. Estudió ingeniería y pronto cambió el conocimiento de la estructura de los metales por la estructura de un país. En esa misma línea fundó organizaciones civiles cuando hablar de democracia era un acto de fe. Aunque tuvo que enfrentarse a gobiernos autoritarios, recorrió el país mientras las carreteras empezaban a quebrarse. Ha sido diputada, candidata a la presidencia y exiliada dentro de su propio territorio. Ha ganado elecciones cuyo cargo no le permitieron ejercer, ha sobrevivido a amenazas, campañas de odio y silencios impuestos. Pese a todo, su nombre resuena desde Oslo a Caracas a través de todo el planeta, porque su vida es la historia de una mujer ejemplar a la que un régimen asesino quiso borrar, convertirla en nada. Su historia acaba de convertirse en leyenda, la leyenda de María Corina Machado, Premio Nobel de la Paz 2025.
Aunque María Corina se merezca todo el mérito, este logro no le pertenece solo a ella. Es un reconocimiento para todas las voces que resistieron y resisten a pesar del hartazgo, para todas las mujeres que gritan peticiones justas, de todas las víctimas que recibieron una bala, un encierro, una tortura, de todos los niños que no llegaron a crecer, de un país entero, Venezuela, que anhela la luz. Machado pronuncia con frecuencia un deseo que nos describen de norte a sur: ejercer la lucha pacífica, porque a cientos de miles de compatriotas les hace falta de todo.
Parafraseando a David Sant, si un gobierno utiliza la fuerza es porque la verdad la lleva el pueblo. Durante el régimen dictatorial de Hugo Chávez y Nicolás Maduro se cuentan por miles los asesinatos bajo razones políticas; las víctimas en ejecuciones extrajudiciales; los casos de tortura… sin mencionar los menores de edad que la Organización de Estados Americanos declara que se encuentran bajo secuestro
Parafraseando a David Sant, si un gobierno utiliza la fuerza es porque la verdad la lleva el pueblo. Durante el régimen dictatorial de Hugo Chávez y Nicolás Maduro se cuentan por miles los asesinatos bajo razones políticas; las víctimas en ejecuciones extrajudiciales; los casos de tortura… sin mencionar los menores de edad que la Organización de Estados Americanos declara que se encuentran bajo secuestro.
Venezuela vuelve a estar en el ojo del huracán gracias a nuestra Nobel de la Paz. La diáspora ha intensificando su orgullo opositor, a la espera de que el régimen desate su último movimiento antes de su definitiva derrota.
La identidad del país ha cambiado, así como la de sus habitantes, lugares y bandera. Nuestro amarillo ya no representa oro, sino el hambre de luz; el azul ya no es el mar que nos rodea y protege, sino la frontera que nos divide; el rojo no reconoce la libertad, sino el control. Con las estrellas que jalonan nuestra enseña sucede algo distinto: su color blanco no es símbolo de pureza o inocencia, sino de borrón y cuenta nueva ante el cansancio que golpea al país. Sabemos que si el miedo se aparta de un soplido, aparecerá una página en blanco donde empezaremos a escribir la historia de una Venezuela renovada.

Manuela Rodríguez Infante, ganadora de la XX edición www.excelencialiteraria.com

Este artículo es una profunda invitación a reflexionar sobre la fragilidad de la democracia y la urgencia de protegerla. A través de una narrativa honesta y conmovedora, nos recuerda que cuando la verdad se silencia, lo que se impone es el caos y la pérdida de la dignidad humana. Las palabras de la autora no solo honran el valor individual, sino que también encienden una alarma colectiva: ningún país está exento de repetir los errores del autoritarismo si se descuida la libertad. Cuidar la democracia no es solo un deber político, sino un compromiso ético con las generaciones presentes y futuras.