Liderar para servir: una mirada al liderazgo educativo

El liderazgo en los entornos educativos es una de esas cuestiones que todos intuimos, pero pocas veces analizamos con la calma y la profundidad que merece. A menudo confundimos liderazgo con autoridad, como si dirigir fuera sinónimo de mandar. Sin embargo, no hay nada más alejado de la realidad. Liderar no es imponer, es inspirar; no es exigir, es acompañar.
Joaquín BarrigaMiércoles, 22 de October de 2025
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© Kiattisak

El pasado mes de septiembre, durante un debate en una formación que impartía en un colegio privado, una compañera (a la que llamaremos María) alzó la mano para indicar qué era lo que, en su opinión, era lo más destacable de un buen líder. Hablaba de esos pequeños gestos que marcan la diferencia en nuestros centros: la palabra amable de un director, la implicación de una coordinadora o la forma en que un maestro consigue que su aula funcione como una pequeña comunidad. Y, de pronto, me di cuenta de que esos mismos detalles y gestos que trato de potenciar durante las sesiones de formación, son los mismos detalles y gestos que los docentes aprecian en su día a día en su centro. Más allá de la profunda satisfacción que sentí en ese momento por coincidir con las necesidades reales de mi audiencia, lo que realmente sentí fue frustración por observar cómo aún hay muchos líderes que asumen su rol desde un prisma más que erróneo. Espero poder explicar correctamente en las próximas líneas lo que yo entiendo como LIDERZAZGO.

El liderazgo en los entornos educativos es una de esas cuestiones que todos intuimos, pero pocas veces analizamos con la calma y la profundidad que merece. A menudo confundimos liderazgo con autoridad, como si dirigir fuera sinónimo de mandar. Sin embargo, no hay nada más alejado de la realidad. Liderar no es imponer, es inspirar; no es exigir, es acompañar.

El liderazgo nace de la misión

En las formaciones que imparto sobre liderazgo educativo suelo repetir una frase que resume mi manera de entender esta labor: “el jefe es quien paga, el líder es quien gestiona”, teniendo esto presente, seguro que un altísimo porcentaje de quienes desempeñan algún puesto de liderazgo y responsabilidad en los centros escolares de nuestro país no son los “jefes”, sino que su función encajaría muchísimo mejor bajo el término de “gestores”. Si tú (quien está leyendo estas líneas) trabajas en algún centro escolar, seguro que puedes pensar en personas que actúan como jefes cuando deberían ser gestores, o incluso tú mismo en tu aula o con tus compañeros, ¿actúas como un jefe o como un gestor?

En un centro escolar, los líderes no son quienes tienen más poder, sino quienes asumen una misión: mejorar el entorno, favorecer el crecimiento de otros, y mantener vivo el propósito común. Esa misión, ese “porqué”, es lo que da sentido a cada decisión, a cada reunión y a cada conversación en el pasillo.

Simon Sinek hablaba del poder del propósito, y creo que en educación esa idea se multiplica. Un líder que tiene clara su misión transmite coherencia, seguridad y motivación. Su ejemplo contagia, no desde la jerarquía, sino desde la convicción. Por eso, más que hablar de autoridad o “potestas”, deberíamos hablar de “autoritas”: el respeto ganado a través del ejemplo, la cercanía y la competencia. La potestas impone, la autoritas inspira.

Participación y comunicación: el arte de estar presente

Un buen líder no se distancia de su equipo, participa activamente en las tareas, se implica en los procesos y está dispuesto a escuchar. Liderar no es dar órdenes desde un despacho, sino ensuciarse las manos con los demás, acompañar los logros y también los errores. La participación genuina crea sentido de pertenencia, y ese es el verdadero cemento de cualquier equipo. Esto lo cuento con especial énfasis cuando las formaciones en materia de liderazgo las imparto en alguna empresa fuera del contexto educativo o cuando la audiencia son directores de colegios y demás centros educativos tratando de mejorar sus habilidades directivas. En estos contextos, una de las quejas más recurrentes son la alta rotación de los empleados o los docentes. La participación de los líderes, crea sentimiento de pertenencia y afianza los equipos de trabajo, reduce la rotación y potencia la continuidad de los proyectos.

La comunicación, por su parte, es el hilo invisible que sostiene toda dinámica de grupo, ya sean relaciones profesionales o relaciones personales. No basta con hablar; hay que escuchar, comprender y transmitir desde la empatía. Importa tanto el “qué se dice” como el “cómo se dice”. Debemos ser muy conscientes de que el éxito de cualquier mensaje que queremos transmitir depende en un alto porcentaje de la predisposición y la situación emocional de quien lo va a recibir. Daniel Goleman, con su teoría de la inteligencia emocional, nos recuerda que las emociones son el motor del comportamiento humano. En un claustro, en un aula o en cualquier grupo de trabajo, es imprescindible crear un entorno tranquilo y en el que la confianza sea el pilar fundamental de las relaciones profesionales.

Un aspecto muy relevante en materia de comunicación no está únicamente en desarrollar buenas habilidades para emitir un mensaje o trasladar ideas de forma asertiva, es muy importante mostrar una actitud abierta a la crítica, saber escuchar las necesidades de los demás (incluso cuando no las comprendamos) y estar dispuestos a recibir negativas ante determinadas propuestas. Es muy mala señal que todo lo que el líder propone, se haga sin debate y sin que algunas medidas se caigan, muestra un nivel de sumisión impropio de un ecosistema sano.

Y ahora, ¿cómo se hace eso de liderar desde la gestión, no desde el mando?

El liderazgo educativo se parece mucho a la paternidad o la maternidad: no hay una fórmula exacta, pero todos reconocemos a un buen líder cuando lo vemos, de la misma forma que reconocemos a unos buenos padres cuando los vemos también. En su equipo hay respeto, colaboración y alegría por el trabajo bien hecho. En sus aulas hay armonía. En sus decisiones, coherencia. Y, sobre todo, hay humanidad.

Durante años, hemos cargado al término “líder” de connotaciones erróneas. Nos incomoda pensar en liderazgo porque lo asociamos con poder o imposición. Sin embargo, en un centro educativo, el verdadero liderazgo es el que se ejerce desde la gestión, la implicación y el servicio. El líder no busca destacar, sino hacer brillar a los demás. No necesita recordarle a nadie su puesto porque su presencia y su actitud bastan para generar confianza. Quien ejerza un puesto de liderazgo, lo primero que debe hacer es quitarse también ese estigma y dejar de verse a sí mismo como el rival del resto, como alguien que debe hacer que todo funcione, más bien debe pensar que tiene en su mano la capacidad de inspirar y motivar a un equipo que depende de su líder para ello.

Es necesario, estar atento a dónde pueden estar las necesidades a largo plazo del equipo, en un alto porcentaje de casos, la ayuda no se pide, pero un buen líder siempre está dispuesto a ofrecerla. Una compañera de un colegio en el que trabajé, me llamaba “New Amsterdam”, parece ser que haciendo referencia a una serie de ficción (que yo no conocía) en la que el protagonista es el director de un hospital y cuya frase más repetida durante la serie es “¿cómo te puedo ayudar?”. De pocas cosas estoy más orgulloso en mi vida profesional.

La buena labor del líder está en las pequeñas cosas, en ver a una compañera decorando un pasillo y prestarle una mano, en acompañar a un compañero frustrado por la mala actitud de su clase, en entrar en un aula para sustituir al profesor que ha tenido que salir al médico o en acercarte a una compañera que está vigilando un recreo para decirle que se vaya a descansar mientras tú vigilas por ella. Todo esto parecen gestos insignificantes y vacíos, incluso condescendientes, pero simplemente son detalles que envían un mensaje a las personas que lideramos “no te preocupes, que yo también estoy aquí”.

Misión, participación y comunicación

En mi experiencia, estas tres palabras —misión, participación y comunicación— resumen la esencia del liderazgo educativo. Son mi brújula, y me gusta recordarlas con el acrónimo “MI PACO” (entre nosotros, lo hago en los cursos de formación para que los asistentes lo recuerden más fácilmente). La misión da sentido al grupo, la participación muestra compromiso, y la comunicación da alma. Cuando las tres se alinean, el liderazgo deja de ser una carga para convertirse en una oportunidad de crecimiento compartido.

Poder encontrar el objetivo, marcar un propósito y definir un camino es la primera de las labores que debemos llevar a cabo, ya que sin misión, tanto el líder como el resto del equipo estarán perdidos. Una vez tengamos claro hacia donde queremos ir, debemos ser parte activa del proceso (la más activa) para fomentar la participación y la implicación del grupo. Y, como parte de esa participación, debemos mostrar una buena actitud y compartir cada idea con el equipo de una forma asertiva, cercana y fomentando la calma.

Epílogo

Cuando echo la vista atrás y pienso en los líderes que más me han marcado, no recuerdo grandes discursos ni decisiones brillantes. Recuerdo gestos. Recuerdo a aquella directora que me dejó equivocarme para aprender, al compañero que me ofreció su ayuda cuando no la pedí, o al alumno que, sin saberlo, me enseñó que liderar también es dejarse guiar.

El liderazgo educativo no se mide en cargos ni en organigramas, sino en la huella que dejamos en las personas. Cada docente, desde su aula, ejerce un pequeño liderazgo que transforma, cada coordinador, inspira al equipo a participar activamente en la vida del centro y cada directora motiva su equipo a continuar creciendo y desarrollándose como comunidad. Por eso, más que aspirar a tener autoridad, deberíamos aspirar a tener influencia; más que a mandar, a inspirar; más que a dirigir, a acompañar.

Me gustaría cerrar este artículo con una frase que pronunció María, la asistente al curso que mencionaba al inicio. Cuando la sesión había terminado y estábamos en el típico coloquio “after hours”, se acercó a mí y resumió el liderazgo en una sola línea, aún hoy resuena en mi cabeza: “al final, el mejor líder es el que hace que los demás se sientan capaces”. Creo que pocas sentencias dicen tanto con tan pocas palabras.

Joaquín Barriga es maestro, formador y asesor técnico docente.

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