Innovación educativa en el aula: realidad aumentada y virtual para transformar la enseñanza

Mireia Portero, docente que ha desarrollado un proyecto en el que aborda el estudio del cuerpo humano con tecnologías inmersivas, fue reconocida como finalista en la gala del XVI Premio Internacional Espiral.

Mireia PorteroMiércoles, 14 de May de 2025
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Mireia Portero, en un momento de su discurso como finalista del XVI Premio Internacional Espiral. ®MIREIA PORTERO.

La innovación educativa juega un papel fundamental en la creación de experiencias de aprendizaje más motivadoras para los estudiantes. En los últimos años hemos sido testigos de cómo nuevas tecnologías, como la realidad aumentada y la realidad virtual, se han integrado en las aulas, ofreciendo un abanico de oportunidades para transformar la enseñanza tradicional.

En esta Entrevista MAGISTERIO hablamos con Mireia Portero Aylagas, docente que ha desarrollado un proyecto pionero en su aula utilizando tecnologías inmersivas para abordar el estudio del cuerpo humano. Su propuesta, que fue reconocida como finalista en la gala del XVI Premio Internacional Espiral, destaca por su enfoque interactivo y colaborativo. Conocemos más de cerca el proceso de creación de este proyecto, los desafíos a los que se enfrentó al darle vida, los logros obtenidos y el impacto de la mención en su labor diaria.

Preparación y desarrollo del proyecto

¿Cómo surgió la idea de tu proyecto mencionado? ¿Qué te inspiró a desarrollarlo?
–La idea de RV: Un viaje más allá del colegio surgió en un contexto muy especial, después del confinamiento por la pandemia. Fue una etapa complicada para todos, pero especialmente para los niños y niñas. Volvieron a las aulas, sí, pero ya no podían salir de ellas. No había excursiones, no podíamos traer especialistas externos, ni hacer talleres compartidos… Todo lo que antes les emocionaba y rompía la rutina escolar estaba vetado. Era una escuela sin “fuera”, sin movimiento, sin ese componente experiencial que tanto necesitamos para aprender con entusiasmo.

Como maestra, sentía la urgencia de devolverles algo de esa magia perdida. Quería ofrecerles un aprendizaje significativo, vivencial y motivador… aunque no pudiéramos salir del aula. Y me pregunté: ¿y si traigo el mundo exterior al aula en vez de sacar a los niños fuera? ¿Y si, aunque no podamos hacer una salida al museo o al hospital, lo recreamos aquí dentro y lo viven en primera persona?

Esa fue mi inspiración. Pensé en cómo la tecnología podía ser aliada y no obstáculo, cómo podía convertirse en una puerta abierta a lugares inalcanzables. Ahí nació el proyecto, como respuesta a una necesidad emocional, pedagógica y humana: devolver a los niños la ilusión por aprender, a pesar de las limitaciones del momento.

¿Cómo estructuraste el proyecto desde su concepción hasta su implementación en el aula?
–La estructura se basó en la creación de una secuencia didáctica en forma de estaciones de aprendizaje, cada una centrada en una tecnología distinta y en un sistema del cuerpo humano. Lo organicé en cuatro sesiones intensivas, en las que los niños rotaban por los rincones en grupos cooperativos. Cada estación no solo tenía un objetivo de contenido, sino también una habilidad digital o comunicativa que se trabajaba de forma transversal.

El proyecto se fue gestando poco a poco: primero identifiqué los contenidos del área de Naturales que queríamos reforzar (los siete aparatos y sistemas del cuerpo humano), luego investigué qué herramientas tecnológicas podían darles vida, literalmente. Me aseguré de seleccionar aplicaciones accesibles, intuitivas, y con versiones gratuitas o fácilmente implementables desde el aula.

Además, diseñé un material complementario adaptado, con guías sencillas y recursos de apoyo para que todo el alumnado, independientemente de su nivel, pudiera seguir el proyecto con autonomía. Lo más bonito fue ver cómo los propios alumnos se convertían en guías unos de otros, compartían descubrimientos, se asombraban juntos… Fue mucho más que una secuencia didáctica, fue un pequeño viaje compartido hacia un aprendizaje más humano, más profundo.

¿Qué recursos y herramientas utilizaste durante el proceso de desarrollo?
–Utilicé una combinación de recursos analógicos, digitales e inmersivos.

Las herramientas principales fueron:
Quiver: app de Realidad Aumentada que convierte dibujos coloreados en modelos 3D interactivos.

Curiscope & Body Planet: camisetas con marcadores que, al escanearlas, muestran los órganos internos con guías en audio. Fascinante para el alumnado, ¡era como verse por dentro!

Body Cards: cartas educativas con realidad aumentada para explorar los sistemas del cuerpo.

Merge Cube: un pequeño cubo que, combinado con una app, permite manipular modelos anatómicos 3D de forma interactiva.

Google Expeditions: una herramienta de Realidad Virtual que nos permitió “viajar” dentro del cuerpo humano, guiando al alumnado por escenarios increíbles.

● Croma y apps de edición de vídeo: con las que grababan vídeos explicativos al final del proyecto, reflexionando sobre lo aprendido.

También utilicé tabletas, soportes para gafas VR y un fondo verde para el croma. La clave fue crear una experiencia multisensorial: aprender tocando, viendo, escuchando y, sobre todo, sintiendo.

Seguimiento de la rúbrica

¿Cómo te ayudó la rúbrica del Premio Internacional Espiral a mejorar o guiar tu proyecto?
–Aunque el proyecto ya estaba en marcha cuando descubrí la rúbrica del Premio Internacional Espiral, revisarla antes de enviar la candidatura fue un punto de inflexión. Me permitió parar, tomar distancia y analizar todo lo que habíamos hecho con una mirada más crítica y estructurada. No solo me ayudó a entender cómo presentar el proyecto de manera clara y coherente, sino que me ofreció una especie de espejo: ¿qué impacto real estaba teniendo la propuesta?, ¿cómo estábamos trabajando la inclusión?, ¿hasta qué punto la innovación estaba realmente al servicio del aprendizaje?

Fue muy revelador comprobar cómo aspectos como la sostenibilidad, el enfoque competencial o el uso ético de la tecnología estaban presentes, aunque muchas veces de forma implícita. La rúbrica me ayudó a ponerle palabras a todo eso que en el aula se vive intensamente, pero que cuesta verbalizar. Gracias a ella, pude reforzar ciertos elementos del proyecto y darles el valor que merecían.

¿Hubo algún aspecto de la rúbrica que te resultara particularmente desafiante o motivador?
–Sí, sin duda el aspecto más desafiante —y también el que más me motivó— fue el de demostrar que la tecnología no era el fin, sino el medio. En un contexto donde a veces se identifica innovación con el simple uso de herramientas digitales, la rúbrica te lleva más allá: te exige evidencias de impacto, de conexión emocional, de profundidad pedagógica. Eso me obligó a mirar el proyecto desde otra perspectiva y preguntarme si realmente estaba favoreciendo un aprendizaje significativo y equitativo.

Además, el apartado sobre los aspectos curriculares en clave competencial también me hizo reflexionar. Muchas veces trabajamos de forma competencial sin darnos cuenta, y ponerlo en palabras para la rúbrica fue todo un ejercicio de análisis. Esa parte me ayudó a consolidar mi convicción de que la innovación educativa no es una cuestión de modas tecnológicas, sino de transformar lo cotidiano para que tenga más sentido, más emoción y más impacto real en el alumnado.

Detalles del proyecto

¿En qué consiste exactamente tu proyecto? Describe sus objetivos y metodologías.
RV: Un viaje más allá del colegio es una experiencia de enseñanza-aprendizaje interdisciplinar que integra la Realidad Virtual, la Realidad Aumentada y el uso del croma en el área de Ciencias de la Naturaleza, concretamente en el estudio de los siete sistemas del cuerpo humano. El objetivo principal era lograr que los niños no solo memorizaran conceptos, sino que los vivieran, los tocaran, los sintieran… dentro de un entorno inmersivo e interactivo, todo sin salir del aula.

La metodología utilizada se basa en el enfoque STEAM, el trabajo por estaciones de aprendizaje y el aprendizaje cooperativo. Cada estación tenía un propósito específico: desde explorar órganos con camisetas aumentadas, hasta vivir un viaje por el interior del cuerpo gracias a Google Expeditions. También incluimos un rincón con el Merge Cube para manipular objetos 3D y, como cierre, el croma, donde el alumnado grababa vídeos explicativos de lo aprendido, lo que reforzaba la expresión oral, la autoevaluación y la reflexión metacognitiva.

Fue un proyecto pensado desde la motivación y el compromiso, con una mirada clara hacia el desarrollo de la competencia digital, pero sobre todo, hacia el placer de aprender.

¿De qué manera tu proyecto pone al alumno en el centro y promueve su participación activa?
–Este proyecto nació, literalmente, desde las necesidades del alumnado. Después del aislamiento y la rigidez postpandemia, sentían la necesidad de moverse, de descubrir, de hacer cosas con las manos y el cuerpo. Así que diseñé un entorno donde el protagonismo total lo tenían ellos: exploraban, manipulaban, se ayudaban entre sí, tomaban decisiones y finalmente comunicaban sus aprendizajes.

Cada estación estaba pensada para activar distintas formas de aprender: visual, kinestésica, auditiva… y además, promovía el trabajo colaborativo. No había una única forma de hacer las cosas bien, cada grupo encontraba su propio ritmo y manera de interactuar con la tecnología.

Además, al grabarse frente al croma explicando lo que habían comprendido, se ponían a prueba en primera persona, sin juicios externos, desarrollando autonomía, seguridad y pensamiento crítico. Como docente, mi papel fue el de guía y acompañante; los verdaderos motores del aprendizaje fueron ellos.

Impacto en el alumno

¿Qué cambios observaste en tus alumnos durante y después de la implementación del proyecto?
–Desde el primer momento, la motivación fue altísima. Se notaba en sus caras, en sus comentarios espontáneos, en la forma en que se organizaban solos para aprovechar cada minuto. El simple hecho de poder “ver” los órganos en movimiento o “viajar” por dentro del cuerpo generó un entusiasmo difícil de describir.

Durante el proyecto, los vi más autónomos, más curiosos, más participativos. Pero lo más bonito fue ver cómo, incluso después, seguían hablando del tema, haciendo preguntas que iban más allá del currículo, buscando información por su cuenta. Algunos incluso me pedían repetir la experiencia con otras materias.

También noté un cambio en la cohesión del grupo. La tecnología, lejos de aislarlos, sirvió como nexo, como excusa para colaborar, dialogar y ayudarse mutuamente. Al final, no solo aprendieron Ciencias, sino que crecieron como grupo.

¿Cómo crees que tu proyecto ha influido en el desarrollo personal y académico de tus alumnos?
–Creo firmemente que este proyecto marcó un antes y un después. En lo académico, hubo una mejora evidente en la comprensión y retención de los contenidos. Las evaluaciones reflejaron que, al vivir el aprendizaje, lo interiorizaron de manera más profunda. Pero lo más significativo fue en lo personal.

Muchos alumnos ganaron en confianza, en autoestima, en expresión oral. Aquellos que normalmente eran más tímidos o pasivos, se mostraron activos y entusiasmados. El hecho de sentirse “expertos” en algo, de poder grabar un vídeo y explicárselo a los demás, les dio una voz que quizás antes no se atrevieron a usar.

Además, se sintieron escuchados, respetados y valorados. Para mí, eso es la esencia de una educación transformadora.

Experiencia de la gala

¿Cómo viviste la experiencia de recibir la mención en la gala del Premio Internacional Espiral?
–Recibir la mención como finalista del Premio Internacional Espiral fue una emoción inmensa. Para mí fue un reconocimiento no solo a un proyecto concreto, sino a todo el esfuerzo, la ilusión y el compromiso que hay detrás del día a día docente. Fue también un abrazo simbólico a todos los que apostamos por una educación viva, innovadora y centrada en las personas.

Estar rodeada de tantas experiencias inspiradoras, de profesionales tan comprometidos, me hizo sentir que formo parte de algo grande, de una comunidad que cree de verdad en el poder de la educación para transformar vidas.

¿Qué emociones y recuerdos te llevas de ese día?
–Ese día fue mágico. Recuerdo la mezcla de nervios, ilusión, orgullo y gratitud. Me sentí profundamente emocionada, pero también muy conectada con tantas otras personas que, como yo, habían puesto el corazón en sus proyectos. Fue un día de celebración, de compartir, de mirar atrás y ver que todo el camino recorrido había valido la pena.

Me quedo con las sonrisas, con las conversaciones, con los aplausos compartidos. Pero sobre todo, me llevo la energía renovada para seguir soñando con una escuela que emocione, que motive y que haga sentir a cada alumno protagonista de su aprendizaje.

Beneficios y aplicaciones en el día a día

¿De qué manera ha impactado esta mención en tu práctica educativa diaria?
–Recibir la mención del Premio Internacional Espiral ha sido, sin duda, un impulso muy importante tanto a nivel profesional como personal. Me ha hecho sentir que lo que hacemos en el aula tiene valor, que innovar y apostar por metodologías activas realmente transforma. Desde entonces, he ganado confianza para seguir probando, para seguir escuchando a mi alumnado y atreverme a llevar al aula ideas nuevas, aunque se salgan de lo convencional.

Además, me ha ayudado a visibilizar el trabajo que hacemos en el colegio, a darle voz a nuestras experiencias y a motivar a más compañeros y compañeras a explorar caminos similares. Esta mención no es solo un reconocimiento, es una motivación constante.

¿Has tenido la oportunidad de compartir tu proyecto con otros docentes o instituciones? ¿Cómo ha sido esa experiencia?
–Sí, he tenido la suerte de compartir el proyecto en distintas formaciones, claustros y redes educativas, y cada vez que lo presento siento una gran emoción. Ver cómo otros docentes se inspiran, hacen preguntas, y comienzan a imaginar cómo podrían aplicarlo en sus contextos es maravilloso. A veces me escriben después para contarme cómo lo han adaptado, y eso es lo más bonito: ver que algo que nació de una necesidad concreta en mi aula se multiplica y se transforma en otras realidades.

Compartirlo me ha permitido conectar con docentes de diferentes lugares, abrir la puerta a nuevas colaboraciones y enriquecerme con sus experiencias también. Es una red viva que crece cada día.

Innovación y futuro

¿Qué importancia tiene la innovación educativa para ti y cómo la aplicas en tu trabajo diario?
–Para mí, la innovación no es una moda, es una actitud. Es mirar cada día el aula con ojos nuevos, preguntarme qué necesitan hoy mis alumnos y cómo puedo acompañarlos mejor. No siempre tiene que ver con tecnología, aunque en este caso fue clave; muchas veces innovar es simplemente cambiar el enfoque, darles más voz, introducir una dinámica diferente o hacer preguntas más profundas.

En mi día a día aplico esta mirada proponiendo retos, utilizando el pensamiento visual, introduciendo técnicas de aprendizaje cooperativo, y sobre todo, diseñando experiencias que conecten con su mundo, con sus intereses y emociones.

¿Tienes planes de desarrollar nuevos proyectos en el futuro? Si es así, ¿puedes adelantarnos algo sobre ellos?
–Sí, en este momento estoy trabajando en varias propuestas relacionadas con la gamificación en Educación Física. Mi objetivo es crear experiencias interactivas que transformen el aprendizaje físico y motor en algo mucho más dinámico y atractivo para los estudiantes. A través de la gamificación, planeo incorporar retos y misiones que fomenten la participación activa, la colaboración y el desarrollo de habilidades físicas de manera divertida y motivadora. Además, estoy explorando el uso de aplicaciones y herramientas digitales que permitan personalizar las actividades para cada alumno según sus necesidades y progresos.

Por otro lado, también tengo en mente seguir innovando en el uso de la realidad aumentada, sobre todo en actividades que ayuden a los estudiantes a visualizar y comprender mejor los movimientos y técnicas deportivas. ¡Estoy realmente emocionada por todo lo que está por venir!

Consejos y recomendaciones

¿Qué consejo le darías a otros docentes que desean participar en el Premio Espiral Internacional?
–Que no duden en compartir lo que hacen, aunque piensen que es algo pequeño o cotidiano. Todo proyecto que nace desde el corazón del aula tiene valor. A veces estamos tan dentro del día a día que no nos damos cuenta de lo potente que es lo que hacemos. El Premio Internacional Espiral es una oportunidad para reflexionar, poner en valor nuestra práctica y conectarnos con una comunidad educativa apasionada.

Y sobre todo: que disfruten del proceso. El simple hecho de presentar una experiencia ya es un acto de generosidad y crecimiento profesional.

¿Qué crees que es lo más importante para desarrollar un proyecto educativo innovador y exitoso?
–Escuchar al alumnado. Observar, detectar sus necesidades reales, sus intereses, sus ritmos. A partir de ahí, diseñar experiencias que les den protagonismo, que les emocionen, que les reten. También es clave atreverse a probar, a salir de la zona de confort y aceptar que no todo saldrá perfecto, pero que el aprendizaje está también en el camino. Y algo que para mí es fundamental: rodearse de compañeros con los que compartir, aprender y crecer. La innovación no es una carrera individual, es una construcción colectiva.

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