¿Por qué cada vez más alumnos tienen dificultades escolares?
¿Qué está pasando para que tantos alumnos presenten necesidades educativas?
En primer lugar, que la actual ley educativa ha disparado el número de alumnos con necesidades educativas. El curso 2018-19, último antes de la entrada en vigor de la actual ley (Lomloe), la tasa de alumnos con dificultades era del 8,8%, el pasado curso 2023-24 fue del 14%. Curiosamente la principal aportación teórica de la Lomloe es la adopción del Diseño Universal de Aprendizaje (DUA) como marco conceptual para el diseño curricular. Esta candorosa propuesta se basa en el supuesto (a la luz de los datos falso) de que diseñando planes de estudios que eliminen las “barreras que impiden el aprendizaje”, al permitir múltiples formas de implicación, múltiples medios de representación, y múltiples medios de acción y expresión los alumnos tendrán menos dificultades académicas. La realidad demuestra que ha ocurrido exactamente lo contrario.
En segundo lugar, que la comunidad educativa en su conjunto (padres, profesores y administración con la inestimable colaboración de determinados estamentos médicos) han decidido adoptar el modelo médico de enfermedad para explicar las dificultades educativas. Desde este modelo biomédico se entiende que muchos alumnos (cada vez más) tienen una especie de “enfermedad” por la que “no puede aprender” y necesitan un “tratamiento especializado”. Esta manera de concebir las dificultades es sin duda una falsedad, pero tranquiliza y exime de responsabilidades a casi todos. Las familias no tienen que preocuparse de revisar si su estilo de vida es apropiado para educar a sus hijos, los profesores o maestros no tiene que cuestionar su forma de dar las clases, el colegio no tiene que preguntarse si cinco horas seguidas de clase son adecuadas para la mayoría de los niños, el ayuntamiento no tiene que cuestionarse si celebrar las fiestas patronales en septiembre es adecuado para los ritmos de aprendizaje. Finalmente, la víctima inocente de este proceso, el alumno, acepta que padece un (déficit de atención, dislexia, trastorno negativista desafiante…) por lo que no necesita esforzarse ni tratar de mejorar su comportamiento. Con este planteamiento de partida, que tranquiliza y contenta a toda la comunidad educativa no es de extrañar que el número de demandas de evaluación hacia los orientadores escolares no deje de crecer. Los orientadores, responsables últimos de acreditar estas necesidades educativas, tampoco hemos sabido, querido o sencillamente también hemos adoptado con entusiasmo este modelo para justificar dificultades que en la inmensa mayoría de los casos podríamos explicar de manera mucho más sencilla como fruto de la diversidad humana, de la falta de esfuerzo o de un adverso entorno familiar o social.
La tercera razón es el aumento de la pobreza infantil y su estrecha vinculación con los resultados académicos. No olvidemos que el nivel socieconómico es la principal variable relacionada con el rendimiento académico. Todos los grupos de alumnos con necesidades educativa aumentan muchísimo, pero hay un grupo que destaca por encima de todos los demás y es el de “alumnos en situación de vulnerabilidad socioeducativa” que ha aumentado ni más ni menos que un 2022% en los últimos 10 años (16.079 alumnos en 2014, 341.355 en 2024).
La cuarta razón se refiere a los cambios en los hábitos de crianza en los últimos años. Numerosos estudios señalan que la falta de apoyo emocional, los estilos educativos excesivamente permisivos, la escasa supervisión, la ausencia de límites claros y la carencia de rutinas estructuradas relacionadas con el estudio, el descanso y la alimentación, son factores que dificultan el desarrollo de habilidades fundamentales como la autorregulación y la responsabilidad en los estudiantes.
El impacto de las pantallas merece un capítulo aparte. En los últimos años, el uso de dispositivos electrónicos desde edades tempranas, especialmente teléfonos móviles y redes sociales, ha experimentado un notable aumento. La lista de efectos adversos de los que se ha encontrado evidencias es extensa. Agrupándolos por grupos de edades tenemos los siguientes:
- Afecta al desarrollo intelectual, lingüístico, motriz y emocional (0-6 años)
- Incrementa los problemas de aprendizaje (6-10 años)
- Acceso a contenidos inadecuados (8-14 años)
- Dificulta la convivencia escolar y potencia problemas como el acoso (10-16 años)
- Actúa como catalizador de los problemas de salud mental
Como vemos las causas de las dificultades escolares son, sin duda, complejas y multifactoriales, involucrando a diversos agentes y ámbitos de toda la sociedad. No se trata únicamente de un problema educativo aislado, sino de un fenómeno que refleja realidades sociales, culturales y económicas interconectadas. Sin embargo, para cambiar el rumbo de nuestro sistema educativo y reducir el número de alumnos que presentan dificultades escolares, es necesario actuar con coraje y conocimiento. Esto implica transmitir a la sociedad mensajes honestos y a veces incómodos, que pueden resultar impopulares y que no recibirán el aplauso de quienes se sientan aludidos o afectados. Solo afrontando estas decisiones desde la evidencia informada con valentía podremos generar las transformaciones profundas que el ámbito educativo requiere para garantizar oportunidades reales de éxito para todos los estudiantes.
Julio Fernández Díez es catedrático Secundaria Orientación Educativa.
