Aprendizaje universal y optimismo pedagógico

Antonio Montero Alcaide
Inspector de Educación
15 de September de 2025
0

El optimismo pedagógico, connotaciones aparte, no queda lejos de algunos principios de la Ilustración. En los albores modernos de la enseñanza, el filósofo y teólogo checo Comenius (1592-1670) configuró la fundamentación de la enseñanza y el aprendizaje en su Didáctica Magna –edición checa de 1632 y latina de 1657–, y sostuvo que la Didáctica, como ámbito o disciplina científica, se asimilaba a “la idea universal del arte de aprender y enseñar todas las cosas”.

Acaso Comenius se adelantara siglos a la posmoderna constitución del “Diseño Universal para el Aprendizaje” (DUA), si bien no se trata de universalidades equiparables. El didacta precursor mantuvo, así, que podía establecerse un sistema de enseñanza capaz de favorecer el desarrollo integral de todas las personas. Y que el todo, como contenido de esa enseñanza, no era solo el compendio del conocimiento académico –el currículo asimismo incipiente en su ordenación–, sino otras dimensiones, espirituales y civiles, que se reúnen en la universalidad de lo que había de aprenderse, con una didáctica de carácter naturalista, basada, entre otros aspectos, en la gradación progresiva y la ejercitación.

Mientras que el Diseño Universal para el Aprendizaje, tan en boga como elemento identitario de la reforma educativa –pero también a modo de realzada, y fallida, declaración de intenciones–, se vincula a la educación inclusiva, con principios derivados del funcionamiento de las redes neuronales de quienes aprenden. De resultas, es subrayada la importancia de proporcionar múltiples y diversas formas de implicación en el aprendizaje, de representación de lo que ha de aprenderse y de acción y expresión del propio aprendizaje. Todo ello, a partir del Diseño Universal, de finales del siglo XX, concebido en el ámbito de la arquitectura, a fin de propiciar diseños que faciliten el acceso y el uso, por parte de todas las personas, sin necesidad de adaptaciones. En definitiva, el didáctico principio de Comenius –“omnes omnia docere”, enseñar todo a todos– favorecido, en el método didáctico, por la consideración de la diversidad de los destinatarios de la enseñanza y del modo en que pueden lograrse, y manifestarse, los aprendizajes.

Tan gran empresa de universalización educativa, sostenida en preceptos constitucionales como los que afirman el derecho a la educación y la inseparable libertad de enseñanza, suele ser cuestionada con argumentos contrarios a lo que se tiene por “pedagogicismo”, una suerte de doctrina a la que no se atribuyen fundamentos solventes ni entidad académica y científica. Cuando la causa de tales descalificaciones tiene que ver, precisamente, con la falta de formación pedagógica y didáctica para el propio ejercicio de la docencia.

Cuestión principal, por tanto, es la referida a la cualificación específica para el desempeño de la enseñanza, sin que, aun con debates que recorren décadas, se avance, sobre todo en el caso de la Educación Secundaria, de una formación inicial relacionada con las distintas disciplinas académicas y ajena de la docencia, a la formación específica para la enseñanza, establecida desde su inicio y no con un “barniz pedagógico” a destiempo, concluido el plan de estudios de grados universitarios no docentes, sino disciplinares.

De ahí la relevancia del “conocimiento didáctico del contenido”, de ese modo formulado por el profesor norteamericano Lee S. Shulman (1986), que otorga no solo identidad profesional a los docentes, sino un cuerpo epistemológico a la profesión. Esto es, la combinación de los contenidos disciplinares con las competencias y habilidades didácticas para su enseñanza, de suerte que confluya, además, un tercer conocimiento –junto al disciplinar y el didáctico–, el del contexto, situación, características y condiciones de los estudiantes.

Tal conocimiento didáctico no puede olvidar, entonces, otra declaración de Comenius: “Es un principio admitido por todos que el hombre nace con aptitud para adquirir el conocimiento de las cosas”, de manera que el deseo de saber es inmanente al hombre, con un método de enseñanza capaz de facilitar el excelso principio del “omnes omnia docere”.

Descartes, cuyo Discurso sobre el método se publicó en 1637, cinco años después de la edición original de la Didáctica Magna, sostuvo que la mayor virtud del método que formuló era la de “acrecentar gradualmente mis conocimientos hasta situarlos poco a poco en el grado más alto que sea alcanzable”. Asimismo, la universalidad de la razón es proclamada por Descartes, sin que las diferencias provengan del propio grado de razón con que se cuenta, sino del modo en que es usada y, por tanto, del método con que se ejercite y conduzca esa razón: “En lo relacionado con la razón o el buen sentido, en tanto que es la única propiedad que nos hace hombres y nos distingue de los animales, quiero creer que está en cada uno de nosotros, siguiendo en esto la opinión general de los filósofos cuando afirman que no existen diferencias de grado, sino entre los accidentes y no entre las formas o naturaleza de los individuos de una misma especie”.

Así las cosas, el optimismo pedagógico no es la expresión poco juiciosa de un “pedagogicismo” confundido, sino una de las más solventes manifestaciones de la modernidad. Y su ámbito de aplicación genuino debe ser el de la educación obligatoria, toda vez que esta comparte una doble universalidad: la de corresponder a la enseñanza de todas las personas y la de ampliar el carácter del contenido de los aprendizajes con la señalada perspectiva de la educación integral.

Decisivos y relevantes factores resultan, por ello, concernidos. Uno es el efectivo derecho a la educación y la libertad de enseñanza, de modo que la grandilocuencia prescriptiva lleve a prácticas, fehacientes y eficaces, de enseñanza y adquisición de aprendizajes universales. Otro conlleva la relevancia pedagógica y didáctica de la formación inicial para la docencia, con antecedentes metodológicos que subrayan la determinación de las maneras, del arte enseñar, más entendido aquí como ejercicio técnico que artístico, si bien con la evidente influencia de las cualidades y habilidades de cada docente. Y no queda atrás la confluencia social y ciudadana, política y administrativa, en las implicaciones y recursos necesarios e indispensables, principalmente en la educación obligatoria, para la universalización de los aprendizajes que sostienen el crecimiento, la maduración y el desarrollo personal y social armónico.

Si el optimismo pedagógico proviene, en sus orígenes, de las pretensiones modernizadoras de la Ilustración, necesaria es su reformulación en la posmodernidad de hogaño, incipiente el tercer milenio, cuando faltan certezas mayores y la universalización, como natural entidad de lo absoluto, deviene en un relativismo inconsecuente.

0
Comentarios