Síndrome postaborto adolescente
Tenía 15 años, cerca ya de los 16, cuando un día llegó a su casa y uno de sus hermanos, con gran excitación, le dijo que fuera a la cocina, que su madre le tenía que dar una gran noticia: ¡estaba esperando un bebé!
Lo primero que hizo tras conocer esta buena nueva fue sentarse en el sofá del comedor, coger su rosario y rezar con toda la devoción con que era capaz para que el embarazo transcurriera con normalidad y finalizara felizmente. Después bromeó con sus hermanos, y les dijo que pensaba que ese gran anuncio era que el Valencia de baloncesto le iba a fichar, y también, entre risas, empezaron a calcular la edad que ellos tendrían cuando su hermanito fuera al colegio y lo que éste diría a sus compañeros cuando se metieran con él: “¡déjame en paz o se lo digo a uno de mis hermanos que tiene veintiocho años!”.
Tras varias semanas de ilusiones compartidas, llegó el triste día en que su madre, tras estar varios días enferma, perdió el bebé. Esa tarde recibió las conmiseraciones de sus amigos y hasta de algunas compañeras del instituto que conocían a su madre porque ésta les daba la catequesis de confirmación.
El anuncio de la llegada del bebé había supuesto para este adolescente como una luz en medio de las tinieblas. Por eso, cuando esa ilusión grande desapareció de su vida, volvió a sumergirse en un oscuro océano del que tardaría varios años en emerger.
Y, como ésta, se podrían contar cientos de miles de historias, pues cuando una mujer se queda embarazada irradia a su alrededor una luz que ilumina y alienta a su familia, a sus amistades y a todas las personas que son sabedoras de su nuevo estado. Por esto, y por mucho más, quedaría invalidado del todo ese lema proabortista de “nosotras parimos, nosotras decidimos”. Y por eso, por la experiencia vital de cientos de miles de niños, de adolescentes, de jóvenes y de adultos, se puede afirmar que el síndrome postaborto existe y que no sólo afecta a la madre que aborta, sino a todas las personas con sentido común y recta intención.
