Loreto no es un caso aislado: la violencia que devora a la infancia y el deber urgente de la escuela
Según los últimos informes de Unicef, Save the Children, Fundación Anar y Mutua Madrileña, prácticamente el 100% de los menores españoles ha sufrido algún tipo de violencia digital en su infancia. La cifra es insoportable, pero aún más insoportable es la falta de reacción colectiva. Nuestros hijos e hijas crecen en un entorno donde la humillación se propaga con un clic y la empatía apenas encuentra espacio. Y la escuela —llamada a ser refugio y guía— llega tarde, desbordada y sin herramientas.
Durante años, el sistema educativo español ha incorporado la competencia digital de manera vacilante, a veces con entusiasmo, otras con cierta resistencia. Se han introducido plataformas, dispositivos y programas de formación, pero sin una estrategia coherente ni una cultura digital realmente compartida.
Se olvidó el alma. No se enseñó a convivir con la tecnología, ni a gestionarla emocionalmente. Hoy tenemos alumnos hipertecnologizados, pero frágiles; docentes exhaustos, pero sin formación emocional; familias angustiadas, pero sin referentes claros. El aula se ha llenado de pantallas, pero se ha vaciado de conversación. Faltan espacios para hablar de lo que duele, de lo que pasa en el móvil, de lo que hiere en silencio. Los niños y adolescentes pasan horas en redes, pero pocas veces encuentran un adulto que los escuche sin juzgar. El profesorado, agotado y sin tiempo, se enfrenta al doble reto de cuidar su propio bienestar emocional y sostener el de sus alumnos.
Yo fui formador de competencia digital y RRSS en los colegios Irlandesas y en decenas de colegios más de toda España. Es desolador entrar en las aulas y ver como los docentes aprovechan ese tiempo para corregir exámenes o realizar tareas burocráticas. Y es terrible, porque luego llegará una alumna y le dirá que la están molestando con emojis en Zanji o Discord y el docente no entenderá nada de lo que le están contando. Y por tanto tampoco podrá entender jamás porqué Sandra Peña y tantos otros menores se quitaron la vida
No hay aprendizaje posible en medio del miedo, del aislamiento o de la vergüenza. Y, sin embargo, eso es lo que viven hoy muchos menores en entornos donde la humillación se hace viral en segundos y la empatía tarda años en llegar. En este contexto, la llegada de la Inteligencia Artificial puede ser una amenaza o una oportunidad. Puede ayudarnos a detectar señales de agotamiento, de estrés o de desmotivación; puede servir para personalizar apoyos y promover hábitos saludables de uso tecnológico. Pero ninguna de esas soluciones funcionará si la cultura escolar sigue siendo cerrada, rígida o temerosa. Lo esencial no es la herramienta, sino la disposición a mirar a cada estudiante como alguien que habita dos mundos inseparables: el presencial y el digital.
El reto no es enseñar a usar la tecnología, sino enseñar a vivir con ella sin perder la humanidad. Escuchar, acompañar, cuidar: esa es la verdadera innovación que necesita la escuela. Loreto no es el final de nada. Es el principio de una obligación moral colectiva: proteger a los menores del cáncer silencioso de las nuevas formas de violencia y devolver a la educación su sentido más esencial —el de cuidar la vida antes que los contenidos.
Carlos Represa es socio fundador en Good Game Project y presidente de la Asociación Protección de Menores en Internet.
