Escribir bien para enseñar mejor: la ortografía en la formación universitaria de futuros docentes
Durante los meses de mayo y junio, con la proximidad de la esperada cita con la PAU, la mayoría de los medios de comunicación nacionales se hicieron eco de esta cuestión. El Mundo titulaba su artículo sobre la nueva selectividad de la siguiente manera: “¿Cuánto restan las faltas de ortografía en las PAU? En algunas asignaturas las faltas de ortografía pueden penalizar hasta un 20% la nota del ejercicio”. El País también abría su crónica con una referencia similar: “¿Cuántos puntos penalizan las faltas de ortografía en los exámenes de la PAU?”.
A simple vista, podría parecer que la ortografía importa, o al menos la penalización por no cuidarla. Pero, ¿realmente nos preocupa la ortografía? Si leemos más allá del titular, observamos que solo se penalizan las faltas en algunas asignaturas: hasta un 10% en Historia de la Filosofía, un 15% en Lengua Extranjera y un 20% en Lengua Castellana u otra lengua cooficial. Por aclararnos, esta penalización no solo se refiere a la ortografía como tal sino también a la coherencia, cohesión y corrección gramatical y léxica de los textos producidos. Todos ellos son aspectos recogidos, por cierto, en el Real Decreto que regula la nueva PAU.
Curiosamente, todas las asignaturas que evalúan todo lo expuesto son del ámbito de las “letras”. ¿Acaso en las asignaturas de “ciencias” no se escribe?, ¿se utiliza únicamente el lenguaje matemático? Por centrarnos en nuestros alumnos, ¿qué mensaje les estamos transmitiendo?, ¿que solo deben cuidar la ortografía en ciertas materias porque en las demás “da igual” cómo escriban?, ¿o es que la corrección lingüística es una cuestión exclusiva de las humanidades?
Más allá de las penalizaciones por faltas en la antes denominada Selectividad, lo cierto es que una gran parte del alumnado accede a la universidad con un nivel deficiente de expresión escrita.
Afortunadamente, en algunos grados universitarios, por lo menos de Educación, se imparte en primer curso una asignatura obligatoria de 6 ECTS sobre expresión oral y escrita. Sin embargo, como profesora de la misma, me pregunto constantemente si realmente debería dedicar varias clases, por ejemplo, a explicar las normas de acentuación o, peor aún, a enseñar qué es una palabra aguda, llana o esdrújula. Y la respuesta es un rotundo sí. Mis alumnos estudian Magisterio y Pedagogía, así que, ¿cómo no vamos a enseñarles a escribir correctamente?, ¿cómo no vamos a repasar las reglas ortográficas si no las dominan?
Como responsables de la formación de futuros maestros y pedagogos, tenemos la obligación de formar docentes lingüísticamente competentes. No podemos mirar hacia otro lado, pasar por alto lo que deberían saber, fingir que no existe el problema y saltar directamente a explicar Escritura Académica o las normas APA. No podemos empezar la casa por el tejado: debemos asegurarnos de que cuenta con buenos cimientos.
Y cuidado, esta no es una responsabilidad exclusiva del profesorado de asignaturas con un componente “lingüístico” o más “teóricas”, es una labor de todo el claustro. La coordinación y la unificación de criterios en la enseñanza y evaluación de la expresión escrita son fundamentales para que el alumnado tome conciencia de su importancia y perciba que escribir bien –o como mínimo, sin faltas– es algo que se valora tanto en el contexto académico como profesional. E incluso en el plano personal, me atrevería a señalar.
Si una parte considerable del alumnado llega a nuestras aulas universitarias con graves carencias lingüísticas, es evidente que la educación obligatoria y el Bachillerato no están cumpliendo plenamente su función en este aspecto
Ahora bien, tampoco podemos obviar la realidad de fondo: algo está fallando en el sistema. Si una parte considerable del alumnado llega a nuestras aulas universitarias con graves carencias lingüísticas, es evidente que la educación obligatoria y el Bachillerato no están cumpliendo plenamente su función en este aspecto. Tal vez una de las claves esté precisamente en la formación de los futuros docentes, porque serán ellos quienes, dentro de pocos años, estén en las aulas de los colegios e institutos enseñando a quienes después serán nuestros estudiantes universitarios.
Aún recuerdo cuando un alumno de 1º de Magisterio en Educación Primaria se acercó y me confesó: “Profesora, estoy muy preocupado, nunca me han penalizado las faltas de ortografía y ahora no sé cómo ponerlas. Necesito ayuda”. Nunca nadie le había penalizado, y peor aún, ningún profesor había dedicado el tiempo necesario a enseñar ortografía en los últimos cursos del instituto.
Los profesores universitarios somos, inevitablemente, modelos lingüísticos de nuestro alumnado. Fomentar desde nuestras asignaturas una correcta expresión escrita no solo mejora la competencia lingüística de los estudiantes, sino que mejora el pensamiento crítico y el rigor académico de la formación universitaria. Un escaso conocimiento ortográfico se traduce en un bajo nivel de formación cultural del estudiante y, en consecuencia, es un indicador que va asociado a la valoración de su vida académica, profesional y laboral (Backhoff et al., 2008).
Todo esto adquiere una relevancia particular en las facultades de educación. Más concretamente, el Libro Blanco de Magisterio (2004) recoge que los propios egresados consideran la expresión oral y escrita como competencias fundamentales y especialmente útiles para el ejercicio de su labor docente. Aunque existen diferentes métodos y estrategias para trabajar todo lo descrito, uno de los aspectos más importantes es que el alumno tome conciencia de sus propios errores ortográficos y tenga la voluntad y el interés por mejorar su ortografía; ahí es donde nuestra labor como profesores es fundamental (Gándara y Escalante, 2021).
Quizá lo importante no es cuánto penalizar, como enfatizaban los titulares de prensa, sino enseñar.
Judit Ayala Alcalde es profesora doctora de Educación y Psicología (Universidad de Navarra).

Es fundamental tomar conciencia de este problema, además de no saber escribi bien, se traduce en no saber hablar, ni expresarse correctamente, lo que conlleva que los futuros profesores no sepan transmitir sus conocimientos no poder hacer su labor docente.
Excelente artículo y buena reflexión 🙌🏻